CALCIO DECEMBRINO: Sensibles palabras (no menos reflexivas) / Texto de Paulo Coelho

En este último día del año, me permito sensibilidad para escribir. Ante cada final uno siempre tiene la expectativa del recambio, y allí la esperanza de una vida mejor. Estamos dejando atrás (Dios quiera) dos años muy difíciles pero diferentes, incluso, a todas las adversidades que pudimos conocer, al menos, en los últimos cien años. Más allá de lo que podamos escuchar en la TV o leer en los periódicos, personalmente pienso en que el sufrimiento psicológico -todo sufrimiento no es constante ni permanentemente a consciencia-, que estamos experimentando las gentes, sí puede compararse al de sufrir una guerra mundial, y sobrevivir a ella, aún desconociendo del todo los traumas que esta intervención vírica mundial dejará en cada persona sobreviviente. La crisis sanitaria, económica y social global no ha terminado pero pronto, rezo por ello, lo hará, o al menos tengo la fe de que podamos vivir un poco mejor en un mundo que nunca fue un gran hogar, pero, y si George Orwell estaba equivocado, podremos vivir un poco mejor. El tiempo no todo lo cura pero suaviza a las situaciones y acomoda a las personas. Pienso en que toda situación, que todo mal o bien, que todo ser humano siempre estará volviendo a su forma primigenia, natural, esencial. Somos energía y espíritu y, eventualmente, nos repondremos a todo sufrimiento. Y en el peor de los casos, entendemos que la muerte es tan natural como lo es la vida, que la muerte forma parte de la vida. Pero ahora mismo pensamos en VIVIR. Al menos yo, en ello estoy pensando -reflexionando, transitando-.
Deseo más luz en un mundo plagado de sombras. En donde tanta gente de poder se mueve entre estas sombras mundanas…

Ahora bien, en un párrafo personal y aparte, confesar que tomo estas horas como las primeras horas de mi regreso a las letras, que ya estoy volviendo a escribir en mi mente, y de un momento a otro (re)tomaré la pluma (Cómo no saber que ahora mismo estoy escribiendo estas sensibles palabras no menos reflexivas…) Escribir, leer, declamar, participar de certámenes literarios y salir más a la calle (amén del contexto) Afrontando así, nuevamente, mis desafíos literarios, también los problemas personales que necesito afrontar, muchos de ellos olvidados en los últimos años. Así lo haré, nuevamente con Dios en mi corazón. Seré redundante, pero sabe Dios que soy sincero. Lo he vuelto a sentir. Hablo de Dios, no de religión. Personificando a Dios y a la religión, Dios sería el alma de un ser humano mientras que la religión bien sería el cuerpo, la cárcel del alma, la cárcel de Dios. Dicho lo cual, se respeta todo pensamiento y forma de vida diferente. Soy un simple mortal, no más importante que las plantas.

He leído mucho y tomado a la lectura como una «gimnasia mental» La mitad de las veces leyendo por placer y la otra mitad leyendo por cultivo de lenguaje y aprendizaje de técnicas para escribir.
Desde Milan Kundera a Thomas Mann, en novela. Desde F.G. Lorca a Pessoa, en poesía. Desde Florencio Sánchez a Unamuno, en Teatro. Y desde J.L. Borges a Chéjov, en cuento.
Pero he leído las novelas de Paulo Coelho. Leí al escritor brasilero en un momento en que mi vida pendía de un hilo. Necesitaba mensajes simples, directos y positivos, y Paulo Coelho me dio eso. Como escribió Bioy Casares: «Una magia modesta». De esa forma defino la escritura de Coelho.
El texto que comparto, cierra el mío propio y es, al tiempo, el verdadero texto – mensaje que pretendí publicar.

A continuación, dicho texto.

¿CÓMO ES QUE SOBREVIVIMOS?
Por Paulo Coelho

Recibo por correo tres litros de productos que sustituyen a la leche; una empresa noruega quiere saber si estoy interesado en invertir en la producción de ese nuevo tipo de alimento, ya que, conforme a la opinión del especialista David Rietz, «TODA (las mayúsculas son suyas) la leche de vaca tiene cincuenta hormonas activas, mucha grasa, colesterol, dioxinas, bacterias y virus».
Pienso en el calcio, que, según me decía mi madre de niño, era bueno para los huesos, pero el especialista se me adelantó: «¿Calcio? ¿Cómo consiguen las vacas obtener suficiente calcio para su voluminosa estructura ósea? ¡De las plantas!» Claro, el nuevo producto está hecho a base de plantas y la leche queda condenada por innumerables estudios hechos en los más diversos institutos esparcidos por el mundo.
¿Y las proteínas? David Rietz es implacable: «Ya sé que llaman a la leche “carne líquida” (nunca he oído esta expresión, pero él debe de saber de lo que habla) por la gran cantidad de proteínas que contiene, pero las proteínas son las que hacen que el organismo no pueda absorber el calcio. Los países que tienen una dieta rica en proteínas también tienen un alto índice de osteoporosis (falta de calcio en los huesos).»
Esta misma tarde recibo de mi mujer un texto encontrado en Internet:

«Las personas que hoy tienen entre cuarenta y sesenta años iban en coches que no tenían cinturón de seguridad, apoya-cabezas ni airbag. Los niños iban sueltos en el asiento trasero y armando el mayor revuelo y se divertían saltando.
Las cunas estaban pintadas con pinturas de colores «dudosas», ya que podían tener plomo u otros elementos peligrosos.»

Yo, por ejemplo, formo parte de una generación que hacía los famosos carritos con rodamientos (no sé cómo explicárselo a la generación de hoy: digamos que eran bolas de metal presas entre dos aros de hierro) y bajábamos las laderas de Botafogo y usábamos los zapatos como freno y nos caíamos, nos hacíamos contusiones, pero nos sentíamos orgullosos de aquella aventura a gran velocidad.
El texto continúa:

«No había teléfono móvil, nuestros padres no tenían medio de saber dónde estábamos:
¿cómo era posible? Los niños nunca tenían razón, vivían con castigos y ni aun así tenían problemas psicológicos de rechazo o falta de amor. En la escuela había los alumnos buenos y los malos: los primeros pasaban al curso siguiente, los segundos eran suspendidos. No se buscaba un psicoterapeuta para estudiar su caso: sólo se exigía que repitieran el curso.»

Y, aun así, sobrevivimos con algunas rodillas arañadas y pocos traumas. No sólo sobrevivimos, sino que, además, recordamos con añoranza la época en que la leche no era un veneno, el niño debía resolver sus problemas sin ayuda, pelearse cuando fuera necesario y pasar gran parte del día sin juegos electrónicos e inventando diversiones con los amigos.
Pero volvamos al asunto inicial: decidí experimentar el nuevo y milagroso producto sustitutorio de la leche asesina.
No conseguí pasar del primer trago.
Pedí a mi mujer y a mi asistenta que probaran, sin explicar lo que era: las dos dijeron que nunca habían probado nada tan malo en su vida.
Me preocupan los niños de mañana, con sus juegos electrónicos, padres con móviles y psicoterapeutas para ayudar a cada derrota y, sobre todo, obligados a beber esa «poción mágica» que los mantendrá sin colesterol, osteoporosis, cincuenta y nueve hormonas activas, toxinas.
Vivirán con mucha salud, mucho equilibrio y, cuando crezcan, descubrirán la leche (en ese momento, posiblemente una bebida ilegal). A saber si un científico de 2050 no se encargará de rescatar algo que se consume desde el comienzo de los tiempos.
¿O se conseguirá la leche sólo por mediación de traficantes de drogas?

Que el nuevo año, como los años venideros, marquen una nueva era para la humanidad. La oscuridad hace a la luz, por tal, que una era luminosa cubra los tiempos por venir.
Que no tengamos que darle la razón a George Orwell ni seguir impresionados con Nostradamus.
Parafraseando y afirmando a Thomas Mann:
«Que de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor.»

Diego Fernando Marino

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