Mi sueño niño

Yo tenía un botón menos en cada camisa pero muchas camisas; tenía la lumbre del hogar y un hogar, el resquicio de la luna nueva y su plenitud; tenía a todas las estrellas del universo y cinco mil versos menos; tenía nieve en mis zapatos y nieve también tenía yo en el alma, porque una herida, tenía, como una muchacha atravesada en la garganta, que mi voz no vociferaba mientras mis labios temblaban al pánico advenedizo.
Yo tenía un recreo de diez minutos que esperaba en cada clase de matemáticas o de geografía y de lengua y literatura, el recreo llegaba con ella y tan pronto acababa, se desvanecía mi sueño despierto para pasar a ser la vivencia de una pesadilla con ese sueño muerto a la orilla de la sombra de ella.
Yo tenía más de veinte motivos por los que despertar cada mañana. Yo tenía las mañanas.
Tan pronto ella despareció para siempre de mi vida, ya no tuve un botón menos en cada camisa ni muchas camisas; ya no tuve lumbre de hogar ni tuve hogar; no me quedó de la luna su plenitud, ni el resquicio; fallecieron las estrellas detrás del imposible horizonte y nacieron cinco mil poemas nuevos, aquí cerca, donde es la sombra.

Ya no tengo a las mañanas porque tengo a todas las noches. Cual Príncipe de las Tinieblas, hago culto a la oscuridad, o al olvido, el mismo olvido que mata el recuerdo de sus ojos grandes y fijos, el mismo olvido que te da y que te quita, que te salva del abismo, que es venganza y es perdón, que es del mundo… y te desprende del orbe.
El olvido que olvida recordar.
Y me ha devuelto las ganas de vivir. Porque si el olvido la olvida a ella, ya me alisto, pongo un pie fuera de casa, y voy en busca de mi sueño niño.

Diego Fernando Marino

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